"Una persona no intenta verse a sí misma en el agua que corre, sino en el agua tranquila."
Confucio (551 - 479 a. C.) pensador y filósofo chino.
Una de las características principales del ser humano es la capacidad de tener consciencia de uno mismo. Podemos conectar con la individualidad de quienes somos, y esto puede ser fuente de grandes logros y en ocasiones de grandes dificultades. La consciencia de uno mismo nos permite llevar a cabo maravillosos actos de compasión y generosidad, a la vez que en ocasiones le permite al ego expresarse en su total magnitud.
Quienes hayan tenido contacto con mascotas quizá puedan haber observado que éstas no se reconocen frente a un espejo, y cuando lo hacen, no se ven a sí mismas sino a otro animal, a veces gruñendo o intentando jugar con el compañero detrás de ese misterioso vidrio. Sólo el humano ve un humano y en el reflejo del espejo se reconoce a sí mismo.
Pero no siempre ha existido tal cual lo conocemos hoy. El espejo se le acredita al químico alemán Justus von Liebig, en 1835. Previo a esta invención las personas utilizaban metales lustrados, piedras lisas o en el reflejo del agua. Hasta la creación del espejo moderno, estos elementos nos proveían una imagen con cierto nivel de distorsión de cómo nos veíamos. Sin embargo, cuanto más lustroso el metal, cuanto más lisa la piedra, cuanto más calma el agua, más clara es la imagen que retorna a nuestra mirada.
Confucio nos recuerda algo muy simple: una persona no intenta (o no debería intentar) verse a sí misma en el agua que corre, sino en el agua que permanece en calma. Es la calma del agua que nos permite ver una imagen más o menos real de quienes somos, sin las distorsiones que produce el movimiento en su superficie. De la misma manera, es en la calma de nuestra mente y espíritu que podemos ver una imagen real de quiénes somos, el reflejo sin distorsiones de nuestro verdadero ser. Sin calma, como con el agua, no hay más que una mezcla de colores y confusas formas. De no saberlo, nos observamos en el agua turbulenta y nos convencemos de que esa extraña imagen es quien somos en realidad. No es así, y esta confusión nos lleva a oscuros caminos del ego. Actuar, vivir, ser padre, madre, amigo, jefe, empleada, esposa, esposo utilizando como referencia una visión de quienes somos imprecisa y distorsionada es usualmente receta para la equivocación y sufrimiento. Sin embargo, solemos transitar la vida basados en la auto-imagen producto de una mente turbulenta, del agua que corre… y actuamos en consecuencia.
Sólo en el agua tranquila, en la mente en calma, podemos realmente observar nuestro verdadero ser… y así, en ese reflejo, peinar con claridad los delicados cabellos del alma.
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