"Mi testigo es el cielo vacío."
Jack Kerouac (1922 - 1969) escritor estadounidense.
Según Isaac Newton el espacio es absoluto, en el sentido de que es permanente y existe independientemente de la materia. En el siglo XVIII, Immanuel Kant describió el espacio y el tiempo como formas existentes sólo en la mente humana, no fuera de ella.
¿Qué significa el espacio? Quizá sea algo que nos da una sensación de amplitud o simplemente nos conecta con lo que no está, con la ausencia de algo. Especialmente en la cultura occidental, el espacio es algo que usualmente nos incomoda, y tenemos una fuerte tendencia a querer llenar cualquier cosa, lugar, momento que percibimos que se encuentra vacío. Espacios físicos, mentales, auditivos y diría, hasta emocionales… nos vemos envueltos en el impulso de hacer algo para que la situación cambie, para que haya algo allí donde, creemos, no hay nada.
Llenamos los silencios con palabras, y hablamos de los “silencios incómodos”. Llenamos el tiempo de actividades y los momentos de ocio se transforman en oportunidad de “hacer algo”. Ni siquiera la mente se siente a gusto si no tiene un pensamiento para pensar. La inquieta mente se desorienta cuando no tiene un pensamiento como referencia.
¿Es tan necesario llenar todos los espacios? Gran parte de la cultura tradicional japonesa se basa en el concepto de que «menos es más». Una estética emergente del Zen, que genera un tradicionalismo minimalista en que los espacios vacíos son apreciados en su exquisita amplitud. La intención es crear, abrir espacios, no llenarlos. La fuerza de este concepto radica en que todo se sostiene por el espacio, no por la forma.
Quizá deberíamos con mayor frecuencia tomar prestada esa estética del Zen y aplicarla a nuestro día a día. Detenernos a observar con honestidad la atiborrada composición de nuestra vida, e intentar encontrar esos lugares, momentos y actividades donde podamos intencionalmente crear o respetar un espacio, y permitir que se manifieste. Sin pasar siempre de una cosa a otra, de una palabra a otra, de un pensamiento a otro. Sin necesariamente -y hasta diría, compulsivamente- adornar todos los rincones de nuestra casa, nuestra oficina, nuestras palabras, nuestro carácter… Crear un espacio que en sí mismo sostenga lo que ya existe, que brille por su ausencia.
El músico sabe sobre la importancia de los silencios, del vacío, que es tan fundamental como lo son las notas en una partitura. De la misma forma podemos permitirnos crear y atesorar esos espacios que son parte de lo que somos y hacemos. Podemos lograr que sea más equilibrada y armoniosa… la melodía de nuestras vidas.
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