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YO.

por Sozan 11/01/2023
escrito por Sozan

"Nadie puede escribir su autobiografía por adelantado."

Abraham J. Heschel (1907-1972) Rabino polaco

¿Cuántos adjetivos puedes agregar luego de la palabra “soy”? 

Y según tu propia visión de cómo eres… ¿Cómo eres?

«Conócete a tí mismo» dijo Sócrates en todo el esplendor de su sabiduría. Me pregunto si el filósofo se refería a quién creo que soy, o si se refería a lo que los otros creen que soy. O lo que creo que los otros creen que soy. O todo junto. (recomiendo leer esta oración varias veces).

Y no es necesariamente una cosa u otra. Quién soy puede ser una síntesis entre quien creo que soy, cómo me ven los otros y cómo creo que me ven los otros. Sin embargo, el punto más importante aquí es que “quién soy” no es un concepto fijo, estático y definido por un sólo observador y juez en un único momento en el tiempo, sino una expresión dinámica de una identidad en constante proceso de cambio.

Muchos problemas y gran cantidad de sufrimiento surgen de morar en una idea fija de quiénes somos. Ya sea porque creemos que somos de cierta manera, o porque somos de cierta manera porque asimilamos lo que otros dicen (o esperan) de nosotros, se genera una tensión entre una idea inamovible sobre nuestra identidad y la realidad del cambio y evolución personal. Poder vernos, apreciarnos con flexibilidad y curiosidad nos permite disolver esa dureza de un “yo” fijo, rígido, inamovible. La libertad que se da cuando se deja ir esa imagen estática de nuestra identidad es profunda y palpable.

“Conócete a tí mismo” debería ser entonces un concepto dinámico, en permanente observación y cambio. De no ser así, puede ocurrir como escribió André Gide en “Autumn Leaves”: «Una oruga que sólo busca conocerse a sí misma como oruga nunca se convertirá en mariposa». La oruga, si puede verse como oruga y a la vez no fijar su identidad de oruga, tiene una observación dinámica de su propia identidad y de esa manera crea el espacio para desarrollar hermosas alas y volar de flor en flor. De otra manera, la oruga fijará su imagen de sí misma como oruga y de esa manera será siempre oruga… o se convertirá en mariposa aún creyendo que es oruga.

Ya sea entonces que la imagen rígida que tenemos sobre quienes somos (propia o adoptada) no nos permite cambiar, o que cambiamos de todas formas pero no lo podemos apreciar, en ambos casos se crea una separación, una tensión que suele generar dificultad y sufrimiento.

Una manera de abordar esta situación de rigidez es utilizar palabras que suavicen, flexibilicen el concepto del ser. Prueba decir (y decirte) “quizá soy…”,  “usualmente soy…”,  “creo que soy…” o “en este momento soy…” y observa qué ocurre en tí y en los demás.

Mantente alerta, flexible y con curiosidad sobre quién eres. Una oruga. O una mariposa. O ambas.

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TU REFLEJO

por Sozan 11/01/2023
escrito por Sozan

"Una persona no intenta verse a sí misma en el agua que corre, sino en el agua tranquila."

Confucio (551 - 479 a. C.) pensador y filósofo chino.

Una de las características principales del ser humano es la capacidad de tener consciencia de uno mismo. Podemos conectar con la individualidad de quienes somos, y esto puede ser fuente de grandes logros y en ocasiones de grandes dificultades. La consciencia de uno mismo nos permite llevar a cabo maravillosos actos de compasión y generosidad, a la vez que en ocasiones le permite al ego expresarse en su total magnitud.

Quienes hayan tenido contacto con mascotas quizá puedan haber observado que éstas no se reconocen frente a un espejo, y cuando lo hacen, no se ven a sí mismas sino a otro animal, a veces gruñendo o intentando jugar con el compañero detrás de ese misterioso vidrio. Sólo el humano ve un humano y en el reflejo del espejo se reconoce a sí mismo.

Pero no siempre ha existido tal cual lo conocemos hoy. El espejo se le acredita al químico alemán Justus von Liebig, en 1835. Previo a esta invención las personas utilizaban metales lustrados, piedras lisas o en el reflejo del agua. Hasta la creación del espejo moderno, estos elementos nos proveían una imagen con cierto nivel de distorsión de cómo nos veíamos. Sin embargo, cuanto más lustroso el metal, cuanto más lisa la piedra, cuanto más calma el agua, más clara es la imagen que retorna a nuestra mirada. 

Confucio nos recuerda algo muy simple: una persona no intenta (o no debería intentar) verse a sí misma en el agua que corre, sino en el agua que permanece en calma. Es la calma del agua que nos permite ver una imagen más o menos real de quienes somos, sin las distorsiones que produce el movimiento en su superficie. De la misma manera, es en la calma de nuestra mente y espíritu que podemos ver una imagen real de quiénes somos, el reflejo sin distorsiones de nuestro verdadero ser. Sin calma, como con el agua, no hay más que una mezcla de colores y confusas formas. De no saberlo, nos observamos en el agua turbulenta y nos convencemos de que esa extraña imagen es quien somos en realidad. No es así, y esta confusión nos lleva a oscuros caminos del ego. Actuar, vivir, ser padre, madre, amigo, jefe, empleada, esposa, esposo utilizando como referencia una visión de quienes somos imprecisa y distorsionada es usualmente receta para la equivocación y sufrimiento. Sin embargo, solemos transitar la vida basados en la auto-imagen producto de una mente turbulenta, del agua que corre… y actuamos en consecuencia.

Sólo en el agua tranquila, en la mente en calma, podemos realmente observar nuestro verdadero ser… y así, en ese reflejo, peinar con claridad los delicados cabellos del alma.

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SER MIMOS.

por Sozan 11/01/2023
escrito por Sozan

"En el silencio y el movimiento se puede mostrar el reflejo de las personas."

Marcel Marceau (1923-2007) actor y mimo francés.

No veo tantos mimos en la calle como lo hacía de pequeño. Quizá porque ser mimo ha pasado de moda y dejado de representar esa maravilla que es el arte de imitar, o quizá simplemente porque estoy prestando menos atención. Pero recuerdo verlos frente al automóvil de mis padres cuando nos deteníamos en un semáforo, o caminando por las céntricas calles peatonales. Con su cara maquillada de blanco y una gran sonrisa, imitaban a los transeúntes o interactuaban con objetos invisibles. Majestuoso.

Los seres humanos somos por naturaleza criaturas de mimetismo. Estamos evolutivamente preparados para hacer una cosa mejor que nadie: aprender, observando y copiando a los demás. De hecho, una de las cosas más importantes que aprendemos es a «querer», a desear lo mismo que desean otros… y uno de los elementos complejos de este deseo mimético es que induce a un gran autoengaño: engañarse a uno mismo para remodelar sus percepciones, su experiencia y su identidad de manera que sean coherentes con lo que uno cree que debe ser.

Ser criaturas del mimetismo es algo natural, como lo es el deseo de fraternizar, que en sí mismo no tiene nada de malo. El punto es que hemos descubierto que podemos manipular en nosotros mismos, y en especial en otros, esta tendencia a parecernos, a imitar. La envidia, la necesidad de «pertenecer», la inseguridad, la falta de motivación o la ingenuidad son algunas de las cosas que nos llevan a «copiar», a «mimetizar» en lugar de buscar en nosotros aquello que nos hace únicos, irrepetibles. Como en muchos otros órdenes de la vida, la copia en ocasiones requiere menos esfuerzo que lo original… y con resultados de dudosa calidad.

Sin embargo, se podría decir que existen en ciertas personas y referentes algunas condiciones, valores, maneras de vivir que son dignas de imitar, de seguir. Un maestro o maestra, un prócer, un familiar o amigo… Quizá cualquier persona en el planeta tiene algo digno de emular. Y qué importante es reconocer estas virtudes y hacerlas propias. Sin embargo, una cosa es la mímica y otra es la de integrar en nuestra vida aquello positivo que vemos en otros, pero haciéndolo propio, nuestra única e irrepetible versión de quienes somos basada en esos valores que tienen la capacidad de transformarnos positivamente como seres humanos.

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